Todos
venimos a este mundo como seres únicos y especiales, con
características, dones y capacidades únicas y especiales. Nunca ha
habido, hay o habrá alguien como tú; ni tú eres como nadie que
haya existido, exista o existirá. Por lo tanto, hay tantos caminos
hacia Dios, como seres vivientes habitan el universo.
En todas las
religiones, ideologías y filosofías ha habido, hay y habrá hombres
y mujeres santos, sabios y eruditos, los cuales nos pueden inspirar y
servir de ejemplo en nuestras vidas, pero en ningún caso tenemos que
imitarles y caminar por su camino, porque ese camino (que no es el
nuestro) nos llevaría al error, pues no lo haríamos desde nuestro
verdadero ser, desde nuestro corazón, desde nuestra exclusiva e
irrepetible manera de hacer.
Esa
singularidad que Dios nos ha otorgado al crearnos es la que debemos
poner en marcha al recorrer nuestro camino hacia Él, porque ésa es
la única manera de reconocernos como lo que realmente somos, sus
hijos y parte de Él mismo, pues es nuestro Creador y nosotros, su
creación. No hay caminos mejores y caminos peores, hay multiplicidad
de caminos (todos verdaderos si se hacen desde el corazón) para
llegar al Padre, porque es inconmensurable, infinito e incognoscible;
por lo tanto, no es posible que haya un único camino hacia Él,
porque Él es Todo.
¿Cómo
encontrar nuestro camino? Encontrando nuestra verdadera vocación.
¿Cómo encontrar nuestra verdadera vocación? Haciendo un trabajo de
introspección, de búsqueda interna, reconociendo nuestra luz y
nuestra sombra (e integrando ésta última en nuestra vida), sabiendo
qué es lo que hacemos de forma natural, sin grandes esfuerzos, y nos
hace felices a nosotros, a la vez que hace felices y ayuda a todos
los seres vivos, y mejora el mundo.