En el principio existía
la Palabra y la Palabra estaba con Dios,
y la palabra era Dios.
Ella estaba en el
principio con Dios.
Todo se hizo por ella y
sin ella no se hizo nada de cuanto existe.
En ella estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres,
y la luz brilla en las
tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
(Jn. 1,
1-5)
Big Bang |
El poder de
la palabra es inmenso, a veces no nos damos cuenta del bien o del mal
que una simple palabra puede llegar a hacer.
A través de
nuestras palabras podemos llevar consuelo al afligido, bienestar al
enfermo, compañía al solitario, paz al angustiado, amor al que no
se siente amado. Pero también es cierto, que por medio de la palabra
podemos traer odio, violencia, angustia, dolor, sufrimiento.
Cuando algo
o alguien nos enfada de verdad, nos molesta hasta el extremo,
sentimos como si una olla en plena ebullición fuera a estallarnos en
el pecho, junto con una enorme opresión que va subiendo por nuestro
cuello hasta nuestra boca y en ese instante explota de manera
violenta y repentina, con toda la fuerza de la que somos capaces, esa
palabra tremenda y devastadora, que arruina todo lo que pilla a su
paso. Y aunque nos hayamos “desahogado”, realmente el problema
que ha generado toda esta reacción sigue intacto. Lo que no sigue
intacto es la persona que ha sufrido nuestro enfado y, por supuesto,
nuestro ánimo.
Adán y Eva. Codex Aemilianensis |
A veces no
es necesario que alguien haga algo que nos irrite para explotar,
basta que ese alguien haya conseguido un buen trabajo, o unas buenas
notas en los exámenes, o se haya comprado un nuevo coche, cualquier
acción positiva de otros, si nosotros vivimos en una situación
dominada por el miedo, la carencia, la disociación de nuestro
verdadero ser, va a provocar que nuestras palabras en lugar de ser de
felicitación y alegría, se tornen en un veneno tan ponzoñoso que
no sólo hará daño a nuestro interlocutor, sino a nosotros mismos
hasta tal punto que nos hundiremos cada vez más en el pozo de la
envidia y los celos, ambos defectos son enfermedades terminales para
nuestra alma.
También es
cierto que si tenemos equilibrio y armonía en nuestra vida nuestras
reacciones serán distintas. Sabremos encarar los problemas
centrándonos en la solución y nos alegraremos infinito y sentiremos
como propios los logros ajenos. Lo cual hace que la vida de los que
nos rodean y la nuestra propia sea dichosa, afortunada y feliz.
Y todo esto
es así, porque lo que comunicamos con nuestras palabras son los
sentimientos que residen en nuestro corazón, en nuestra alma. Aunque
también tenemos que saber que todos estos sentimientos que
expresamos y que enviamos a los demás, nos alivian o perjudican a
nosotros mismos. Porque todo lo que das se te devuelve multiplicado y
porque si esos sentimientos que expresan nuestras palabras residen en
nuestro interior, eso y no otra cosa será de lo que esté llena
nuestra vida.
Cuidemos
nuestros sentimientos y nuestras palabras, porque nosotros decidimos
si vivir en la gracia, en la abundancia y en el amor, o, por el
contrario, sumergimos nuestras vidas en un océano de adversidad,
infortunio, odio y violencia.
Una vez más,
del Árbol del Bien y del Mal ¿qué fruto escogeremos?
Debemos cuidar más nuestras palabras y, por supuesto, nuestros pensamientos. Muy bueno.
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