Cuantas
veces oramos pidiendo ayuda y no vemos que esa ayuda aparezca por
ninguna parte. No hay respuesta. Es como si Dios estuviera sordo o
estuviera cerrado por vacaciones. Nada, ni el más mínimo atisbo de
comunicación. “Bien, será que no soy merecedor”,
pensamos y seguimos con nuestra vida. Pasado un tiempo volvemos a
necesitar apoyo, respuestas, pero sucede lo mismo, todo está en
silencio, nos sentimos solos y desamparados, y nuestra respuesta a la
misma situación es el mismo pensamiento: “Bien, será que no
soy merecedor”. Y así una vez y otra.
![]() |
Código Da Vinci, Dan Brown |
¿Qué pasa
entonces? ¿Es el Amor de Dios un amor condicionado a nuestro
comportamiento? ¿No es Dios nuestro Padre? ¿No se supone que Él en
su Omnipotencia lo puede todo y nos ama incondicionalmente?
Entonces...
Entonces el
problema somos nosotros que “no nos sentimos merecedores”. Con
nuestra actitud de baja autoestima estamos cerrando la puerta a Dios,
a nuestro Padre. Él llama a nuestra puerta de muchas maneras, pero
como no nos sentimos dignos, no abrimos, nos da vergüenza que pueda
ver nuestras miserias, nuestra sombra, porque no nos sentimos sus
hijos, porque no somos auténticos, porque nos hemos creado un
personaje para mostrarlo al mundo porque pensamos que nuestro
verdadero ser no vale la pena. Sabemos que con Dios no valen
máscaras, porque Él nos conoce a la perfección (¡por algo es
nuestro Creador!), y cuando nos presentamos ante Él nos sentimos
desnudos, nos sentimos indignos y no somos capaces de levantar la
vista y desde la más profunda humildad pedir. Pedir autenticidad,
verdad y certeza (a la certeza interna también la llamamos Fe) para
nuestra vida, porque ése es el único camino hacia la felicidad.
Sepamos que
ya somos merecedores, que siempre hemos sido merecedores, porque
somos perfectos dentro de nuestra imperfección en la materia.
Nuestro verdadero ser, nuestra alma, está hecha a imagen y semejanza
del Padre, por lo tanto ¿de qué nos vamos a avergonzar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario