sábado, 8 de abril de 2017

Ondas Hertzianas

Desde pequeña me ha gustado mucho escuchar la radio. Cuando era niña, todas las tardes mi madre ponía una emisora en la que contaban cuentos; era algo mágico: enchufar la radio, girar un botón y viajar por otros mundos, por otras realidades. Con tan sólo
Antena de Radio
escuchar los distintos tonos de las voces de los actores te imaginabas a los personajes, las escenas, los ambientes y lo vivías como si estuvieras allí, ¡qué maravilla!

Después, cuando creces, vas sabiendo que la magia de la radio es debida a las ondas hertzianas que viajan por el espacio y lo único que necesitas es tener un aparato concreto (un transistor) para poder sintonizarlas y que se conviertan en los sonidos con los que nos comunicamos, la palabra.

Pues bien, algo parecido sucede cuando queremos escuchar y saber de Dios. Las “Ondas Hertzianas” de Dios están, como Él mismo, por todas partes; viajan por el espacio y el tiempo, porque espacio y tiempo no existen para Él, todo lo trasciende, está por encima de esos conceptos. Pero, entonces, ¿por qué nos cuesta tanto escucharle, entenderle? Muy sencillo, no sabemos sintonizarle o, mejor dicho, le sintonizamos mal, le recibimos con interferencias por lo que es imposible entender su mensaje. A una antena receptora llegan todas las frecuencias y cada uno de nosotros seleccionamos, con nuestro dial, nuestra voluntad, la que deseamos en cada momento y sólo una de ellas.

Los Dolomitas
El transistor somos nosotros mismos, el problema es cuando en la misma frecuencia en la que emite Dios estamos nosotros con nuestro propio e inacabable monólogo dictado por el ego. Un soliloquio en el que sólo cabe mi razón, mi lógica, mi interés, mi orgullo, mi vanidad, mi autosuficiencia, mi soberbia... “yo, me, mi, conmigo”. Es imposible que oigamos otra cosa que no seamos a nosotros mismos, porque estamos completamente llenos de nosotros mismos y cuando algo está lleno, no puede entrar nada más.

Tenemos que vaciarnos. ¿Cómo? Con la humildad; no confundamos humildad con humillarse (humildad: actitud de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades, y actúa sin orgullo). Cuando somos humildes y tenemos el deseo de recibir, comienza la “magia”, Dios puede colmarnos con su gracia, con su amor y su luz, podemos comunicarnos con Él. Y lo que es más importante, podemos y debemos volver a vaciarnos dando nuestro amor y compasión a toda la Creación para, así, volver a ser llenados y convertirnos en un instrumento de Dios en la Tierra. Ése es el camino del Maestro.

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